
«Un romance que marcó la historia del Cine: El romance de Aniceto y la Francisca, una Película de Pasión y Desesperación
A lo largo de la historia del cine, ha habido películas que trascienden el tiempo y se convertirán en clásicos inolvidables. «El romance de Aniceto y la Francisca», la obra maestra de Leonardo Favio, es una de ellas. Este filme, que narra un triángulo amoroso y sus consecuencias desastrosas, es un tesoro cinematográfico argentino que captura la esencia de la pasión, el dolor y la poesía en cada fotograma.
En el remoto pueblo de Luján de Cuyo, en la provincia de Mendoza, Favio encontró el escenario perfecto para dar vida a su visión cinematográfica. El director volvió a su infancia, reviviendo recuerdos y envolviéndose en los sonidos y colores que lo marcaron en su juventud. Cada rincón de aquel lugar mágico se convirtió en un set de filmación, desde la casa en la que creció hasta los lugares donde solía jugar con sus amigos.
Pero la grandeza de «El romance del Aniceto y la Francisca» no se limita a su estética visual. Uno de los aspectos más destacados de la película son sus protagonistas, encarnados por actores excepcionales. Aunque inicialmente Favio había pensado en el famoso cantante Palito Ortega para el papel principal, su rechazo abrió la puerta a la revelación de un joven talentoso: Federico Lupi. Este actor emergente se convirtió en el instrumento perfecto para dar vida al atormentado Aniceto, y junto a Elsa Daniel y María Vaner, quienes interpretaron a Francisca ya la otra mujer en el triángulo amoroso, crearon personajes inolvidables que perduran en la memoria de los espectadores.

La fotografía en blanco y negro, bajo la dirección magistral de Juan José Stagnaro, se convirtió en un pilar fundamental de la película. Cada imagen cuidadosamente elaborada transmitía poesía y capturaba la esencia de la historia. Inspirado por corrientes cinematográficas europeas como la Nouvelle Vague y el neorrealismo italiano, Favio priorizó plasmar una visión impresionista que trascendió las pantallas.
Pero lo que hizo de «El romance de Aniceto y la Francisca» una obra inmortal no fue solo el talento individual de sus creadores, sino la unidad y la pasión que se respiraba en el set de filmación. El ambiente relajado y la ausencia de las presiones de una gran ciudad permitieron que el equipo trabajara en armonía, superando los obstáculos propios de cualquier rodaje. Todos compartieron la misma pasión y el deseo de crear algo extraordinario, y fue esa energía colectiva la que impregnó cada fotograma de la película.

Leonardo Favio, el líder indiscutible de este proyecto, tenía la capacidad para generar un sentido de comunidad y colaboración. Lejos de ser un director autoritario, Favio se convirtió en un compañero para cada miembro del equipo, fomentando el compañerismo y la ternura en cada etapa de la producción.
La historia de Aniceto y Francisca captura momentos emblemáticos de la película, como cuando ambos personajes van al teatro a presenciar una obra en la que un ángel hace justicia. Los actores pasan la gorra a cambio de fotos y autógrafos del querido galán Jorge Golazo. Sin embargo, todo cambia cuando aparece Lucía y Fabio anuncia el comienzo de la tristeza.
El hecho de haber filmado en Luján, lejos de las exigencias y las prisas de la gran ciudad, sufrió un ambiente de trabajo relajado que contribuyó a la cohesión de todo el equipo. Esta unidad, según cuenta Fabio, permitió que el rodaje fluyera sin presiones excesivas, aunque enfrentara los contratiempos habituales de cualquier producción argentina. La libertad y la convicción de estar cumpliendo un sueño se respiraban en el ambiente.

Fabio se destaca no solo por su talento como director, sino también por su capacidad para crear grupos humanos en los que todos se sintieran cómodos trabajando juntos. El set se convirtió en un lugar donde el compañerismo y la ternura prevalecían sobre el capricho o la megalomanía del director. Favio era conocido como un director anti intelectual, pero valoraba el trabajo en equipo y la fraternidad.
Como un líder inspirador, Favio contagiaba a todos con su entusiasmo y motivación. «Esto es bárbaro, esto es bárbaro», gritaba emocionado al ver una escena que reflejaba lo que él quería transmitir. Su optimismo renovó la energía de cada miembro del equipo, quienes vieron con satisfacción cómo la película tomó forma y alcanzó el nivel de calidad que su creador anhelaba.
La pasión compartida, combinada con la libertad de firmar en un lugar apartado, fueron los ingredientes que hicieron de aquellos casi 100 días de rodaje de una experiencia perdurable. Energía, ambiente de época y talento se mezclaron en un cóctel que, bien agitado, condujo inexorablemente hacia el futuro.